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El Papa reza ante el Misterio de la Plaza de San Pedro | |
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Con la publicación del tercer volumen de Jesús de Nazareth escrito por el Papa Benedicto XVI, los medios de comunicación han levantado un revuelo porque: ¡el Papa pretende quitar al buey y a la mula del Belén!
Nada más lejos de su intención, a juzgar por sus propias palabras, que es mejor leer directamente:
“San Agustín ha interpretado el significado del pesebre con
un razonamiento que en un primer momento parece casi impertinente, pero que,
examinado con más atención, contiene en cambio una profunda verdad. El pesebre
es donde los animales encuentran su alimento. Sin embargo, ahora yace en el
pesebre quien se ha indicado a sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo,
como el verdadero alimento que el hombre necesita para ser persona humana. Es
el alimento que da al hombre la vida verdadera, la vida eterna. El pesebre se
convierte de este modo en una referencia a la mesa de Dios, a la que el hombre
está invitado para recibir el pan de Dios. En la pobreza del nacimiento de
Jesús se perfila la gran realidad en la que se cumple de manera misteriosa la
redención de los hombres”.
Continúa el
Papa: “Como se ha dicho, el pesebre hace pensar en los animales, pues es allí
donde comen. En el Evangelio no se habla en este caso de animales. Pero la
meditación guiada por la fe, leyendo el Antiguo y el Nuevo Testamento relacionados
entre sí, ha colmado muy pronto esta laguna, remitiéndose a Isaías 1,3: «El
buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi
pueblo no comprende.»
Peter
Stuhlmacher hace notar que probablemente también tuvo un cierto influjo la
versión griega de Habacuc 3,2: «En medio de dos seres vivientes... serás
conocido; cuando haya llegado el tiempo aparecerás». Con los dos seres
vivientes se da a entender claramente a los dos querubines sobre la cubierta
del Arca de la Alianza que, según el Éxodo (25,18-20), indican y esconden a la
vez la misteriosa presencia de Dios. Así, el pesebre sería de algún modo el
Arca de la Alianza, en la que Dios, misteriosamente custodiado, está entre los
hombres, y ante la cual ha llegado la hora del conocimiento de Dios para «el
buey y el asno», para la humanidad compuesta por judíos y gentiles.
En la
singular conexión entre Isaías 1,3, Habacuc 3,2, Éxodo 25,18-20 y el pesebre,
aparecen por tanto los dos animales como una representación de la humanidad, de
por sí desprovista de entendimiento, pero que ante el Niño, ante la humilde
aparición de Dios en el establo, llega al conocimiento y, en la pobreza de este
nacimiento, recibe la epifanía, que ahora enseña a todos a ver. La iconografía
cristiana ha captado ya muy pronto este motivo. Ninguna representación del
nacimiento renunciará al buey y al asno” (páginas 76-77-78).
Entonces, ¿cuáles son las conclusiones? El Papa no elimina al buey y la mula, al contrario, explica el origen buscándolo en la Tradición: ya los primeros cristianos relacionaron los pasajes de Isaías, Habacuc y el Éxodo y representaron el nacimiento con un buey y una mula. No hay ningún inconveniente en seguir poniéndolos en el Belén y además, valorar su significado teológico.