1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura:
"Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46).
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos.
La Iglesia nos enseña que, al morir, el alma disfruta para siempre con Dios en el cielo o permanece alejado de Él para siempre en el infierno.
Como después de morir no podemos hacer nada por nuestra salvación, la Iglesia anima a todos los fieles a que recen, ofrezcan sacrificios, limosnas... por las almas del purgatorio. Y lo mejor que podemos hacer por un difunto es ofrecer la Misa por él.
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